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30 Y sucedió que, estando sentado con ellos a la mesa, tomó el pan, lo bendijo y les dio. 31 Entonces fueron abiertos los ojos de ellos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista. 32 Y se decían el uno al otro:

—¿No ardía nuestro corazón en nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos abría las Escrituras?

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